jueves, 5 de marzo de 2015

País de miserables

En este momento de mi vida recuerdo la novela de Víctor Hugo. Y es que en circunstancias tan fuertes, de ruptura social, donde los esquemas se resquebrajan y la tierra de un país parece de cartón, todos los que habitan ese panorama de locura se vuelven miserables, poco o mucho, pero inevitablemente salpicados.

El dolor de un hombre como Jean Valjean, sumergido en la pobreza y arrastrado a robar un pan, una mujer con espinas en su alma como Fantine, y la crueldad de la mirada injusta reflejada en el policía Javert, quien debe ceder el rigor de sus opiniones y darse cuenta que el ser humano es más complejo de lo que él consideraba de acuerdo a sus valores sociales.

Tan vigente esta novela aún. La siento viviendo en cada calle de este país, en cada mirada que bota rabia, en cada tropiezo del ciudadano y en cada mentira que se deja colar en la atmósfera.

Todos los que andamos en estas calles atestadas de frustraciones perdimos el valor. Somos miserables por discriminar, por juzgar, por la envidia, por el resentimiento, por el odio, por la incomprensión, por los miedos que quedaron impregnados en la piel.

Ahí veo a la mujer demacrada y sin maquillaje con mirada de perro rabioso en el metro, veo también al hombre miserable que llena su boca de un buen vino en un restaurante costoso de la ciudad riéndose de la desgracia de los que pisoteó, veo la prepotencia del motorizado cual cowboy del lejano oeste, en eso nos convertimos, todos unos miserables. Si Francia sobrevivió a los miserables de una época decadente de su historia, nosotros también sobreviviremos.

Invito a todos los artistas, sean de la especialidad que sea, a leer o recapitular las líneas de una novela que trascendió los siglos, “Los Miserables”.

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