domingo, 31 de octubre de 2010

Letra en tabla y con arepa

Creía que el teatro venezolano se había congelado en Isaac Chocrón, Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas. Claro, debo admitir que siento una admiración férrea por Cabrujas, y como me hubiese gustado conocerlo en vida y ser una discípula de él, sin embargo, así como dejé que mis raíces tomaran una mayor extensión, en la misma forma he buscado entender lo que ha surgido de las tablas venezolanas más allá de los tres nombres con el apodo de “la santísima trinidad”.

Cuando leí las obras de Chalbaud, debo acotar que he leído hasta el momento tres, no sentí identificación ni con las historias ni con la forma de escribir de él, seguí el camino hacia Chocrón el cual me cautivó desde un principio con sus planteamientos en una peculiar estructura dramatúrgica desde “Okey” hasta “La Revolución”, digamos que empezaba a sentir que había un caldo interesante en las letras venezolanas.

Tomando un camino más osado, hacia autores desconocidos, o digamos que no tan populares como esta “santísima trinidad”, me compré un compendio de tres obras de diferentes escritores venezolanos. Cuando llegué a Caracas lo leí, entre ellos mis ojos encontraron “Con los demonios adentro” de Ana Teresa Sosa, y me encantó tanto la historia de los indigentes que fue lo que me motivó a que posteriormente tomara un taller para guión de telenovela que ella misma dictó.

Me atrevo a decir que una arepa puede bailar en el escenario con mucha soltura, bien sazonada, llena de perico, repleta de carne mechada, o acompañada con una ensalada de gallina, pero así, full equipo, puede batirse mejor que un tango o un flamenco, menear la cadera más fuerte que una bellydancer, o hablar con más candor amatorio que un francés.

Ahora, con lo que he leído hasta el momento, no me queda duda del potencial que tienen ciertas neuronas criollas para hablar de lo que somos y hacia donde vamos. Pueden poner en sus escritos tanta intensidad que asemeje a una tragedia griega, como es el caso de “Bella a las once” de Jan Thomas Mora Rujano. O colocarle una corona al sarcasmo como lo hace la obra “Yo soy Carlos Marx” de Genny Pérez.

A lo mejor estos escritores que cito sólo han hecho una o dos buenas obras. Decir que un escritor es absolutamente bueno es más falacia que la felicidad de los alemanes del este antes de la caída del muro de Berlín, pero aquí quiero rescatar con lo que me he topado y me ha gustado.

Por cierto que en mi cuarto tengo un libro sobre las dramaturgas venezolanas, porque son unas cuantas, producto de la investigación de una Licenciada en Comunicación Social que se puso a estudiar teatro en la escuela Juana Sujo. Me pregunto cuántos y cuántas pondrán a la reina pepiada batirse en escena. Sigo buscando en la dramaturgia venezolana.

PD: José Ignacio Cabrujas en foto.

miércoles, 20 de octubre de 2010

La puerta abierta en Krina Ber



Cuando el pasado 17 de julio asistí a la tertulia con Krina Ber en la Librería Kalathos no me imaginé que una mujer de aire tan sencillo tuviese un mundo interior tan rico y complejo. Asistí con la simple información que tenía sobre la escritora a través de su cuento “Amor”, con el cual ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional, en el 2007, y desde sus primeras líneas me atrapó.

Mi imagen previa no correspondió con lo que vi, y es por el siguiente asunto: su nombre y apellido extraño, nada criollo, pensé podía referirse a una descendiente de inmigrantes enraizados en Venezuela; en el siguiente plano vi a una mujer demasiado blanca, tan blanca que a primera vista sabes que nada del caribe corre por sus venas, y en el tercer plano de mi visión-audición fue cuando la escuché hablando, en un español trastabillado, y en ese momento caí en cuenta, ¡Dios mío!, ¿cómo una mujer que apenas habla el idioma puede escribir tan bien en castellano?, era como ver un milagro en puerta.

Espera… La puerta está abierta.
(“Amor” de Krina Ber)

Así la defino, como una puerta abierta al idioma. Es que su proceso de formación como escritora es curioso. Nació en Polonia, creció en Israel, estudió en Suiza, se casó en Portugal, para luego terminar en una ciudad de una dinámica turbulenta como es Caracas. En varias entrevistas ella afirma que su rutina como profesional, madre y esposa le imposibilitaba ser constante con la lectura, y que su coqueteo con la escritura había comenzado a los seis años con cuentos y poemas, pero que allí se congeló, hasta entrado el nuevo milenio cuando con 50 años entonces asistió a talleres de narrativa en la UCAB, luego con el instituto ICREA, y también en el Celarg.

¿Por qué una mujer que habla varios idiomas escogió el castellano como la herramienta para su expresión literaria?, pero dejo esa respuesta en palabras que ella dio en una entrevista: “Cada idioma es maravilloso cuando se profundiza en él.”

Durante la tertulia yo no salía de mi asombro. Así que en el momento de las preguntas le dije:

- ¿Hay algunos autores en polaco que le gustaría traducir al castellano?, ¿y qué autores venezolanos traduciría para que los conocieran en Polonia?

Su respuesta, además de humilde, fue muy hermosa. Confesó que no conocía mucho de la literatura polaca como para recomendar, y que para ella son muchos los autores venezolanos que valdría la pena traducir a su idioma natal. Creo que no queda duda de su amor por el castellano.

Finalista en el Concurso de Cuentos de SACVEN, en su tercera edición en el 2002, con su cuento “Los milagros no ocurren en la cola”, Premio Monte Avila Editores con su libro “Cuentos con agujeros”, publicado por la misma casa editorial en el 2004, que por cierto lo compré, también ganadora de la XI Bienal Literaria “Daniel Mendoza” del Ateneo de Calabozo, y a principios de este año presentó su segundo libro de cuentos "Para no perder el hilo", el cual tengo pendiente por adquirir.

Tal vez el castellano es su estancia con la escritura. Tal vez se trata de algo circunstancial. Pero lo ama, tanto que no teme su complejidad, y disfruta cada palabra que aprende como si fuera una golosina. Con toda esta reseña yo sólo los invito a seguirle los pasos, y que hagan de este idioma una puerta abierta en sus vidas.

viernes, 8 de octubre de 2010

Sin conceptos de atención al cliente

Hace no muchos viernes, un viernes cualquiera, tal vez un viernes quincena, decidí caminar al mediodía en búsqueda de una isla llamada Pulpería de Libro Venezolano. Ya mucha, mucha gente, me la había mencionado como espacio imprescindible de visitar para cualquier adicto a los textos en Caracas, comenzando por mi amiga Carolina Salazar.

La única referencia que tenía por Carolina era: Chacaito y por la alianza francesa. Creo que mi tiempo en Caracas aún es muy corto para saber con precisión la ubicación de ciertas oficinas. Pregunté en mi trabajo y nadie sabía darme una referencia, busqué en Internet y logré atinar a la dirección exacta, una mezcla “de” “con” “cruzando” y “diagonal a”. Tercera transversal de la avenida Las Delicias con avenida Solano, en el edificio José Jesús.

Parece mentira cómo los venezolanos nos hemos convertido en una especie de sanguijuelas apretujadas al miedo. “No preguntes dirección a gente desconocida, sólo a policías o a los trabajadores del Metro”, era una de las primeras indicaciones que me dieron cuando llegué a Caracas, y la he seguido al pie de la letra. La cuestión es que no sabes con qué te puedes hallar en la calle, o a un buen hijo de su madre que te miente por una especie de instinto maligno, o tal vez un eslabón perdido de una pandilla que luego de saber tu desconcierto se aprovecha para recordarte que no estás en un país seguro.

Luego de caminar, cosa que me encanta, llegué a la Pulpería del Libro Venezolano, una especie de local que parece edificado dentro de una cueva, y dentro de ella unas divisiones enumeradas en letras como para que no perder la brújula del sitio. Es como perderse, y no tener miedo de perderse. A cada lado inmensas columnas de libros, desde abajo hacia arriba, con títulos conocidos y desconocidos, hasta cosas asombrosas. Pero toda esa magia se fue al día siguiente, el sábado, cuando volví a ir para llevar a un amigo que llegaba de Puerto Ordaz, José Gregorio Maita.

Tenía que llevarlo, él tenía que conocer ese sitio que sonaba casi imposible de existir en el país, y en mi caminar de niña alegre que va hacia el parque me hallé con una nueva regla “Se revisa la cintura al salir”, fue lo que nos dijo la señora que atendía en la caja. Ahí se me salió el oriental y mi mal carácter, no entré, sin discusión ninguna no cedí a normativa, sea por la razón que sea, así sean muchas las perdidas que haya tenido el empresario o empresaria en el negocio, pero rebasó mi paciencia como cliente ultrajado, burlado y maltratado en este país.

Es obvio que si nos cuesta un ovario, o una bola, en Venezuela decir un “buenos días”, “gracias”, “por favor”, entonces la noción de atención al cliente pasa como sermón de misa, ¡bien, gracias!; y por más que intento adaptarme a esta sociedad donde hay que hacer una lectura previa de la malicia, porque indiscutiblemente muchos quieren pasar por más vivos que otros, inevitablemente me obstina que me revisen mi bolso a la salida del local. Si señor, asómese, no se asombre si observa una toalla sanitaria, recuerde que está revisando el bolso de una mujer. ¿Es que acaso habrá un día en que pueda entrar a una tienda donde el despachador me atienda de buena gana, con una sonrisa, o el mismo caso aplica si estoy en un café o restaurante?, si, definitivamente la noción de buen servicio al cliente nos cuesta un ovario o una bola a los venezolanos.

Me quedé en la entrada, y pensando en lo que necesitaba le pregunté a una de las chicas:

- ¿Tiene el libro “Dirección Teatral” de Sergio Arrau?

- No sé, eso debe estar en la sección de teatro – respondió una de las muchachas.

- ¿Y no tienen un registro en la computadora de los libros que tienen?

- No – respondió la señora de la caja con una serenidad que me horrorizó.

Bueno, quizás en un nivel de ingenuidad mía pensé que de repente la chica tendría la amabilidad de buscarlo por mí, ya que yo me negaba a entrar al pasillo ante esa regla atroz de revisar la cintura al salir. Cuando finalmente nos fuimos del lugar quedé pensando que ojala este fuera el país donde la gente robara libros por una ansiedad de conocimiento, pero no es así, lo que se me vino a la mente es un grupo de universitarios con escaso dinero para costear sus estudios.

Me horroriza, sinceramente, ser venezolana y no sentirme identificada con esta sociedad. Una sociedad con reglas intrínsecas que escapan a mi lógica, con reglas que parecen sacadas de Jumanji, donde el comodín salvavidas es un fuerte “guapetón” que puede protegerte. ¿Pero protegerme de qué?, ¿de la ignorancia como consecuencia de no tener pautas claras para una sana convivencia?, ¿protegerme de la creatividad aplicada para “artes” callejeras?

Mis sinceras disculpas a las personas que administran la Pulpería del Libro Venezolano, pero yo no miro como empresaria, sino como cliente porque a eso voy, y como tal me enamoro de los sitios donde saben atender. Sé que no soy la única, pero es que la palabra exigir como que se fue del diccionario venezolano.

Por qué The Revenant no fue para el público venezolano

The Revenant comienza con hermosos paneos del paisaje frío e inhóspito donde se desarrolla la historia del film. Ahí está la chica en su ...