martes, 14 de diciembre de 2010

Lo que me deja el 2010


¡Ya va!, respiro, suena la alarma de mi celular, la apago, momento de levantarme para irme a trabajar, y digo “¡Ya va!”, frase que siempre chocaba a mi madre cuando se la decía. Claro, que como ahora no vivimos juntas pues me doy el tupé de decir “¡Ya va!”.

Mi cuerpo se resiente de los ensayos y los días de función, pero mi alma grita y sonríe de gozo. “Eso estuvo buenísimo, fue como un Lorca orgánico” me comentó un amigo luego de ver la velada lorquiana que hicimos en Rajatabla en honor a Federico García Lorca.

Miro en mi cuarto las pilas de mis colecciones. Cinco pilas de libros y una media ruma de películas. Este año me di el gusto de comprarme un lector de DVD externo, lo conecto fácilmente a mi mini laptop, y cómodamente en mi cama veo algunas joyas del cine como me lo había propuesto para este 2010. Recuerdo el día que lo compré, apenas llegué a las 10 de la noche a mi casa luego de la clase de teatro tomé mi baño y aproveché para probar el lector estrenándolo con una película “Match Point” de Woody Allen, por cierto altamente recomendada. Como resultado me acosté ese día a las 2 de la madrugada, con ojeras en la mañana siguiente para ir al trabajo, pero con la sonrisa de niña traviesa que disfrutó de su juguete.

Este año fue para mí la continuación de lo que dejé pendiente el 2009, hacer realidad mis sueños, y lo termino con gozo, he logrado poco a poco esas pequeñas metas establecidas. Primero un Taller de Iniciación a la Actuación culminado, un Taller para Guión de Telenovelas también logrado, un tercer nivel en el Taller de Escritura Creativa, y un primer año en mi ciclo rajatabliano. En el 2011 me convierto en alumna del segundo nivel en el Taller Nacional de Teatro de Rajatabla.

En el 2010 me presenté en más obras de teatro que jamás pensé haría en un año. Cuatro obras. Para mí es haber logrado mi propio record. Así he ido avanzando, superando mis propios logros, convirtiendo a mi ser en su propio retador. Es que las conquistas no son contra el mundo exterior sino desde la evolución que emerge del interior, consciente, con bases sólidas.

Igualmente este año me deja el sabor agradable de una compañía no esperada. Como si un ser etéreo aniquilara la distancia y me hubiese regalado unos meses hermosos. Que si fue corto o preciso no sé, no me voy a poner a filosofar sobre el tiempo adecuado. Estoy en otra etapa de mi vida que consiste en aprender y disfrutar, y así decodifico cada instante.

Por supuesto ya tengo en mi mente el paquete de tareas pendientes para el 2011. Quiero mi apartamento, es lo que desea mi ser material. Y luego recuerdo el “¡Ya va!” cuando mi primo Leoner me dice: “Coño carajita, con calma, ya llegaste a Caracas que es mucho decir, estás estudiando teatro, poco a poco”.

Pero sin duda, cuando tome las manos de mis seres queridos, un minuto antes de las 12 de la noche el 31 de diciembre para decir adiós al 2010, le diré un adiós con gozo, sonriente, plena, satisfecha, agradecida, sin pleonasmos en mi alma, y convencida de que el Muro de Berlín cayó.


PD: Foto de Salvatore Sosa

domingo, 31 de octubre de 2010

Letra en tabla y con arepa

Creía que el teatro venezolano se había congelado en Isaac Chocrón, Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas. Claro, debo admitir que siento una admiración férrea por Cabrujas, y como me hubiese gustado conocerlo en vida y ser una discípula de él, sin embargo, así como dejé que mis raíces tomaran una mayor extensión, en la misma forma he buscado entender lo que ha surgido de las tablas venezolanas más allá de los tres nombres con el apodo de “la santísima trinidad”.

Cuando leí las obras de Chalbaud, debo acotar que he leído hasta el momento tres, no sentí identificación ni con las historias ni con la forma de escribir de él, seguí el camino hacia Chocrón el cual me cautivó desde un principio con sus planteamientos en una peculiar estructura dramatúrgica desde “Okey” hasta “La Revolución”, digamos que empezaba a sentir que había un caldo interesante en las letras venezolanas.

Tomando un camino más osado, hacia autores desconocidos, o digamos que no tan populares como esta “santísima trinidad”, me compré un compendio de tres obras de diferentes escritores venezolanos. Cuando llegué a Caracas lo leí, entre ellos mis ojos encontraron “Con los demonios adentro” de Ana Teresa Sosa, y me encantó tanto la historia de los indigentes que fue lo que me motivó a que posteriormente tomara un taller para guión de telenovela que ella misma dictó.

Me atrevo a decir que una arepa puede bailar en el escenario con mucha soltura, bien sazonada, llena de perico, repleta de carne mechada, o acompañada con una ensalada de gallina, pero así, full equipo, puede batirse mejor que un tango o un flamenco, menear la cadera más fuerte que una bellydancer, o hablar con más candor amatorio que un francés.

Ahora, con lo que he leído hasta el momento, no me queda duda del potencial que tienen ciertas neuronas criollas para hablar de lo que somos y hacia donde vamos. Pueden poner en sus escritos tanta intensidad que asemeje a una tragedia griega, como es el caso de “Bella a las once” de Jan Thomas Mora Rujano. O colocarle una corona al sarcasmo como lo hace la obra “Yo soy Carlos Marx” de Genny Pérez.

A lo mejor estos escritores que cito sólo han hecho una o dos buenas obras. Decir que un escritor es absolutamente bueno es más falacia que la felicidad de los alemanes del este antes de la caída del muro de Berlín, pero aquí quiero rescatar con lo que me he topado y me ha gustado.

Por cierto que en mi cuarto tengo un libro sobre las dramaturgas venezolanas, porque son unas cuantas, producto de la investigación de una Licenciada en Comunicación Social que se puso a estudiar teatro en la escuela Juana Sujo. Me pregunto cuántos y cuántas pondrán a la reina pepiada batirse en escena. Sigo buscando en la dramaturgia venezolana.

PD: José Ignacio Cabrujas en foto.

miércoles, 20 de octubre de 2010

La puerta abierta en Krina Ber



Cuando el pasado 17 de julio asistí a la tertulia con Krina Ber en la Librería Kalathos no me imaginé que una mujer de aire tan sencillo tuviese un mundo interior tan rico y complejo. Asistí con la simple información que tenía sobre la escritora a través de su cuento “Amor”, con el cual ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional, en el 2007, y desde sus primeras líneas me atrapó.

Mi imagen previa no correspondió con lo que vi, y es por el siguiente asunto: su nombre y apellido extraño, nada criollo, pensé podía referirse a una descendiente de inmigrantes enraizados en Venezuela; en el siguiente plano vi a una mujer demasiado blanca, tan blanca que a primera vista sabes que nada del caribe corre por sus venas, y en el tercer plano de mi visión-audición fue cuando la escuché hablando, en un español trastabillado, y en ese momento caí en cuenta, ¡Dios mío!, ¿cómo una mujer que apenas habla el idioma puede escribir tan bien en castellano?, era como ver un milagro en puerta.

Espera… La puerta está abierta.
(“Amor” de Krina Ber)

Así la defino, como una puerta abierta al idioma. Es que su proceso de formación como escritora es curioso. Nació en Polonia, creció en Israel, estudió en Suiza, se casó en Portugal, para luego terminar en una ciudad de una dinámica turbulenta como es Caracas. En varias entrevistas ella afirma que su rutina como profesional, madre y esposa le imposibilitaba ser constante con la lectura, y que su coqueteo con la escritura había comenzado a los seis años con cuentos y poemas, pero que allí se congeló, hasta entrado el nuevo milenio cuando con 50 años entonces asistió a talleres de narrativa en la UCAB, luego con el instituto ICREA, y también en el Celarg.

¿Por qué una mujer que habla varios idiomas escogió el castellano como la herramienta para su expresión literaria?, pero dejo esa respuesta en palabras que ella dio en una entrevista: “Cada idioma es maravilloso cuando se profundiza en él.”

Durante la tertulia yo no salía de mi asombro. Así que en el momento de las preguntas le dije:

- ¿Hay algunos autores en polaco que le gustaría traducir al castellano?, ¿y qué autores venezolanos traduciría para que los conocieran en Polonia?

Su respuesta, además de humilde, fue muy hermosa. Confesó que no conocía mucho de la literatura polaca como para recomendar, y que para ella son muchos los autores venezolanos que valdría la pena traducir a su idioma natal. Creo que no queda duda de su amor por el castellano.

Finalista en el Concurso de Cuentos de SACVEN, en su tercera edición en el 2002, con su cuento “Los milagros no ocurren en la cola”, Premio Monte Avila Editores con su libro “Cuentos con agujeros”, publicado por la misma casa editorial en el 2004, que por cierto lo compré, también ganadora de la XI Bienal Literaria “Daniel Mendoza” del Ateneo de Calabozo, y a principios de este año presentó su segundo libro de cuentos "Para no perder el hilo", el cual tengo pendiente por adquirir.

Tal vez el castellano es su estancia con la escritura. Tal vez se trata de algo circunstancial. Pero lo ama, tanto que no teme su complejidad, y disfruta cada palabra que aprende como si fuera una golosina. Con toda esta reseña yo sólo los invito a seguirle los pasos, y que hagan de este idioma una puerta abierta en sus vidas.

viernes, 8 de octubre de 2010

Sin conceptos de atención al cliente

Hace no muchos viernes, un viernes cualquiera, tal vez un viernes quincena, decidí caminar al mediodía en búsqueda de una isla llamada Pulpería de Libro Venezolano. Ya mucha, mucha gente, me la había mencionado como espacio imprescindible de visitar para cualquier adicto a los textos en Caracas, comenzando por mi amiga Carolina Salazar.

La única referencia que tenía por Carolina era: Chacaito y por la alianza francesa. Creo que mi tiempo en Caracas aún es muy corto para saber con precisión la ubicación de ciertas oficinas. Pregunté en mi trabajo y nadie sabía darme una referencia, busqué en Internet y logré atinar a la dirección exacta, una mezcla “de” “con” “cruzando” y “diagonal a”. Tercera transversal de la avenida Las Delicias con avenida Solano, en el edificio José Jesús.

Parece mentira cómo los venezolanos nos hemos convertido en una especie de sanguijuelas apretujadas al miedo. “No preguntes dirección a gente desconocida, sólo a policías o a los trabajadores del Metro”, era una de las primeras indicaciones que me dieron cuando llegué a Caracas, y la he seguido al pie de la letra. La cuestión es que no sabes con qué te puedes hallar en la calle, o a un buen hijo de su madre que te miente por una especie de instinto maligno, o tal vez un eslabón perdido de una pandilla que luego de saber tu desconcierto se aprovecha para recordarte que no estás en un país seguro.

Luego de caminar, cosa que me encanta, llegué a la Pulpería del Libro Venezolano, una especie de local que parece edificado dentro de una cueva, y dentro de ella unas divisiones enumeradas en letras como para que no perder la brújula del sitio. Es como perderse, y no tener miedo de perderse. A cada lado inmensas columnas de libros, desde abajo hacia arriba, con títulos conocidos y desconocidos, hasta cosas asombrosas. Pero toda esa magia se fue al día siguiente, el sábado, cuando volví a ir para llevar a un amigo que llegaba de Puerto Ordaz, José Gregorio Maita.

Tenía que llevarlo, él tenía que conocer ese sitio que sonaba casi imposible de existir en el país, y en mi caminar de niña alegre que va hacia el parque me hallé con una nueva regla “Se revisa la cintura al salir”, fue lo que nos dijo la señora que atendía en la caja. Ahí se me salió el oriental y mi mal carácter, no entré, sin discusión ninguna no cedí a normativa, sea por la razón que sea, así sean muchas las perdidas que haya tenido el empresario o empresaria en el negocio, pero rebasó mi paciencia como cliente ultrajado, burlado y maltratado en este país.

Es obvio que si nos cuesta un ovario, o una bola, en Venezuela decir un “buenos días”, “gracias”, “por favor”, entonces la noción de atención al cliente pasa como sermón de misa, ¡bien, gracias!; y por más que intento adaptarme a esta sociedad donde hay que hacer una lectura previa de la malicia, porque indiscutiblemente muchos quieren pasar por más vivos que otros, inevitablemente me obstina que me revisen mi bolso a la salida del local. Si señor, asómese, no se asombre si observa una toalla sanitaria, recuerde que está revisando el bolso de una mujer. ¿Es que acaso habrá un día en que pueda entrar a una tienda donde el despachador me atienda de buena gana, con una sonrisa, o el mismo caso aplica si estoy en un café o restaurante?, si, definitivamente la noción de buen servicio al cliente nos cuesta un ovario o una bola a los venezolanos.

Me quedé en la entrada, y pensando en lo que necesitaba le pregunté a una de las chicas:

- ¿Tiene el libro “Dirección Teatral” de Sergio Arrau?

- No sé, eso debe estar en la sección de teatro – respondió una de las muchachas.

- ¿Y no tienen un registro en la computadora de los libros que tienen?

- No – respondió la señora de la caja con una serenidad que me horrorizó.

Bueno, quizás en un nivel de ingenuidad mía pensé que de repente la chica tendría la amabilidad de buscarlo por mí, ya que yo me negaba a entrar al pasillo ante esa regla atroz de revisar la cintura al salir. Cuando finalmente nos fuimos del lugar quedé pensando que ojala este fuera el país donde la gente robara libros por una ansiedad de conocimiento, pero no es así, lo que se me vino a la mente es un grupo de universitarios con escaso dinero para costear sus estudios.

Me horroriza, sinceramente, ser venezolana y no sentirme identificada con esta sociedad. Una sociedad con reglas intrínsecas que escapan a mi lógica, con reglas que parecen sacadas de Jumanji, donde el comodín salvavidas es un fuerte “guapetón” que puede protegerte. ¿Pero protegerme de qué?, ¿de la ignorancia como consecuencia de no tener pautas claras para una sana convivencia?, ¿protegerme de la creatividad aplicada para “artes” callejeras?

Mis sinceras disculpas a las personas que administran la Pulpería del Libro Venezolano, pero yo no miro como empresaria, sino como cliente porque a eso voy, y como tal me enamoro de los sitios donde saben atender. Sé que no soy la única, pero es que la palabra exigir como que se fue del diccionario venezolano.

martes, 14 de septiembre de 2010

Cuando el teatro traspasa el entretenimiento



Estas dos últimas semanas he tenido el agrado de mirar dos obras de teatro que recomiendo absolutamente, le coloco cinco estrellas en calidad a cada una. La primera de ella es “Manteca”, la cual se está presentando en el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, los días martes, miércoles y jueves a las 7:00 pm, con una entrada económica de 20 bs.

Ustedes preguntarán por qué recomiendo “Manteca”: Primero por la historia, porque el dramaturgo cubano Pedro Alberto Torriente logra, de manera inteligente, dibujar el conflicto de intereses cuando política y familia se ponen en una balanza, rescatando la importancia de valorar los lazos. Segundo por la dirección, un joven de postura humilde y cordial como es Morris Merentes le hace una lectura naturalista a la obra y un uso preciso de la iluminación para transmitir emociones junto a las acciones de los personajes. Por las actuaciones también, Ernesto Montero, Jesús Delgado y Varinia Arráiz logran darle vida, de manera pulcra, a los tres hermanos que se debaten entre sus posturas política y la unión familiar.

“Manteca” es un logro del grupo Teatro K Producciones y el Grupo Teatral Emergente de Caracas, grupos nacientes que están marcando pasos sobre las tablas. Como actriz naciente y soñadora de las escenas sentí un orgullo inmenso ver que un grupo con escaso tiempo de haber surgido haya hecho un trabajo limpio, tan digno de un teatro que invita a pensar, son esos grupos que quieren dejar una huella en las artes escénicas venezolanas y que merecen todo el apoyo de nosotros como paisanos que vivimos y sentimos en las entrañas a esta patria. Esta pieza estará en temporada hasta el jueves 30 de Septiembre.

“Los jóvenes estamos ahora en un proceso que no somos amateurs pero tampoco somos profesionales para estar en una sala, así nos catalogan aunque no nos sentimos así.”, expresó Merentes para la agencia de noticias AVN.

La otra obra que quiero recomendar es “Promoción Honor a mis Padres” de Elio Palencia que se estrenó en Rajatabla este viernes 10 de Septiembre. Dirán que la recomiendo porque es un montaje de Rajatabla, está bien, cierto, pero también hay que agregarle que esta obra es una excelente reflexión que lanza el dramaturgo venezolano a través de la mirada que hace un grupo de jóvenes hacia el futuro.

¿Quién no se ha preguntado qué será en el futuro?, ¿quién no ha deseado no repetir los errores de sus padres?, y esa es la gran duda que reflejan estos jóvenes que celebran su graduación de bachilleres del liceo Símbolos Patrios, en el pueblo de Río Guarura. Es una historia con lo sabroso de lo coloquial, lo trágico del miedo y la alegría de la esperanza, cuyo desenlace es una mirada apolítica de nuestra sociedad y un despertar de la corresponsabilidad.

“Promoción Honor a mis Padres” se estará presentando en la sala Rajatabla, los días jueves, viernes y sábados a las 8:00 pm, y los domingos a las 6:00 pm, hasta el domingo 03 de Octubre, a 30 bs la entrada.

¿Quién dijo que no se hace buen teatro en Venezuela?, ¿quién dudaba que de todavía haya intelectuales capaces de dar una lectura al país como Elio Palencia?

sábado, 11 de septiembre de 2010

Letras Casquivanas (II)

He aquí las razones por las cuales los comunicadores sociales venezolanos sufren de letras casquivanas:

El comunicador o comunicadora social en su etapa de estudiante universitario es un pela bola, término criollo usado para denominar a aquellas personas que pasan la mayor parte del tiempo con los bolsillo vacíos, y claro, todo se explica porque es un estudiante, un mantenido, una molécula del “consumismo” que exige inversión en su educación.

En la segunda etapa este comunicador o comunicadora social se puede convertir en un pasante en un medio de comunicación, un aprendiz, alguien que traspasa el muro del recinto universitario para desmontar la teoría de lo aprendido y a enfrentarse con el día a día de la profesión. Y claro, sigue siendo un pela bola, porque “no tiene experiencia” y por ende “nada que aportar”.

El comunicador o comunicadora social al egresar de la universidad, con su título que lo acredita con “Profesional” debe aceptar la oferta de salario que esté al alcance de periódico o televisión, es que como “no tiene experiencia”, y por ende “nada que aportar,” no es mucho lo que puede exigir a sus patronos.

Cuando el comunicador o comunicadora social trabaja en un periódico o canal de televisión escucha de los beneficios que reciben sus colegas que trabajan en el área de periodismo institucional, entonces pasa días y meses soñando contar con tales regalos laborales.

El comunicador o comunicadora social cuando finalmente logra trabajar en el área de periodismo institucional se encuentra devengando lo mismo que cuando trabajaba en el periódico o canal de televisión, y claro, es porque “no tiene experiencia” en el área. De repente escucha rumores, ¿pagaron o no pagaron el bono?, y cuando esas palabras truenan como eco en los pasillos de la institución su mirada se asemeja a las aves de rapiña.

El panorama es más alentador si el comunicador o comunicadora social cuenta con un equipo de trabajo de quienes aprenda, es el estado ideal de las cosas. En cambio, lo más común es encontrarse con correctores de estilos de ojos ponzoñosos. Cuando revisan tu texto te miran con cara de “chiiama no entiendo esta vaina”, y mientras, te hablan en un acento de “yo me sé esta vaina mejor que tú”, pero para no hacer el intríngulis de la gramática relativa según cada cabeza es preferible que el comunicador o comunicadora social no pregunte al corrector cuál fue el último libro que leyó.

Y así, observo como este “profesional” cae en el peor infierno de la pendejadez, si, claro, es que como ese comunicador o comunicadora social no tiene un programa en televisión, ni un programa de radio, ni es columnista en un periódico pues su palabra es semejante al adjetivo “pendejo”.

Mientras tanto, creo que tomaré la decisión de sacar de mi gaveta las medias negra de mallas, esa que está de moda y que me compré para una obra de teatro, y con mi mini falda negra ¡listo!, a la avenida Libertador. Si me quedo en mi cuarto con mis libros seguiría sufriendo de letras casquivanas.

jueves, 19 de agosto de 2010

Letras Casquivanas


En la institución donde trabajo normalmente hacen un acto cultural con motivo del aniversario. Yo, como típica teatrera de alma infantil, no pude contener el hormigueo en los pies, y apenas comenzando en mi trabajo participé en el acto con una danza tribal con mezcla de danza árabe. Como mis compañeras no quisieron hacer el baile conmigo, no importa, yo si soy valiente, quién dijo miedo escénico, y esa tarde disfruté mi número especial. A final de cuenta, es más normal que una actué de periodista y no de bailarina del vientre.

Hay preguntas que no debieran hacerme, es que tienen el potencial de destapar mi humor negro. Una de estas tardes una chica que trabaja en otra gerencia me preguntó que cuándo volvía a mover el vientre, le dije, tal como lo tenía planificado, que retomaría mis clases de danza árabe en enero del 2011. “Parece mentira, pero si me pongo a bailar la danza árabe ganaré más que como periodista”, y bingo, “aunque no sé qué me resulte mejor, si bailar danza árabe o irme a la avenida Libertador”, solté mi humor negro (para los que no saben, en Caracas la avenida Libertador es conocida como la vía de comunicación con el mercado del sexo, la jungla nocturna para el deleite de los más excéntricos y vouyeristas). Ella se rió, hizo un gesto aprobatorio, misión cumplida, hice reír a alguien, pero, ¿por qué hice reír a alguien?, ¿de qué se estaba riendo?, ¿será que era cierta mi expresión que se maquillaba de comedia?

Ese día no hice más que darle vueltas a la cabeza, pensar: avenida Libertador, dinero, sueldo, vida holgada, bailarina del vientre, ciertas comodidades, profesión, sueldo… carajo, el sueldo de los periodistas.

Pensé en la cantidad de carajitos y carajitas que egresan de los colegios y liceos con la meta de ingresar a la universidad a estudiar la “chísima” carrera de comunicación social, donde van a parar muchos que no sirvieron para matemática, física, química, los excluidos de ingeniería; a estudiar vainas que ya vieron en bachillerato como fue Historia de Venezuela, Historia Universal, y si fuera poco castellano con nombre de Morfosintaxis, porque esa “nunca” la vieron durante la etapa básica ni en el diversificado. Sí, es una carrera “chísima”, haces programas de radios, sales en televisión, y sólo porque en la universidad te enseñan cómo hablar correctamente frente a la pantalla o un micrófono, en algunas escuelas hasta les dan la cátedra de Artes Escénicas para que se les quite el miedo frente al público, cuestión interesante desde el punto de vista pedagógico.

No sé, pero ahora como que si me atrevo a decir públicamente a esos muchachos y muchachas: No vale la pena estudiar comunicación social. En el siguiente post les daré las razones.

PD: Boceto de dibujo de Lujan Fernández

martes, 3 de agosto de 2010

Carta a...

Esta carta la escribí como asignación en Rajatabla, la idea era escribir una carta sin decir a quien. Igual aquí, no diré en quién pensé para escribirla, pero espero que los lleven a una reflexión:

Carta a:

¿Sabes que la peor soledad es la que se lleva por dentro?, eso lo aprendí aquí, en la capital, estando lejos de mi casa, lejos de mi madre y mi hermano, lejos de los cariños caprichosos de mi tía. Lo aprendí porque aquí no me siento sola, tengo una sala que se transforma, tengo amigos que se desdoblan, tengo mis libros que me cobijan, tengo estas ansias de conocimiento, tengo la felicidad de sentirme caminar por el camino que siempre quise.

Recuerdo que me decías que hacer arte no da dinero, me hablaste de lo mal que es hacer cine en Venezuela, de lo mal que vivían ciertos jóvenes que se iban a estudiar cine en el exterior para luego regresar y ver un terreno desierto para su profesión. Bueno, ahí están unas producciones recientes, y mal que bien la Villa del Cine está apoyando a los cineastas venezolanos.

Es que la vida desde el ángulo de lo pragmático olvida que existen seres de una sensibilidad borracha, quizás unos ilusos que no sienten que encajen en la dinámica social, y con un talento negado por la baja autoestima de un país subdesarrollado.

Hay gente de Puerto Ordaz que me criticaba por el hecho de venirme, que si en Caracas hay demasiada competencia, que si sólo toman a los modelos para la televisión y los feos resultan el material de reciclaje, que si los alquileres de inmuebles son muy costosos, que cómo irme a una ciudad tan grande sin tener una base en mi tierra natal, que por qué hacer teatro fuera si Puerto Ordaz es zona virgen donde mejor se puede trabajar. Argumentos, argumentos, con sus aciertos y desaciertos. Claro que la vida fuera de la comodidad de tu hogar no es una maravilla, ¿pero quién quiere comodidad cuando la vida te plantea el sentimiento de plenitud?, dime, ¿alguna vez te sentiste así, hiciste algo porque realmente querías o sólo porque era algo bien visto?

Son tantas cosas que siento cerca de mis neuronas y de mi piel, que quisiera absorberlas todas en 24 horas, y esa cercanía con mi propio camino me hace tan feliz, me siento tan feliz, quisiera poder transmitirte la felicidad que siento que desde que estoy en Caracas.

¿No te he dicho que quedé seleccionada para hacer un taller de dramaturgia con el escritor Ibsen Martínez?, si, ese izquierdista, utópico marxista, pero no puedes negar que es un destacadísimo escritor. Estoy esperando que me mande un correo avisando el lugar para el taller y la fecha de inicio, es algo totalmente financiado por la gente de Econoinvest, bueno, ya debes saber lo que está pasando con ellos.

No sé a dónde me lleve a esto, no sé si logre el éxito que deseo, no sé si supere a mis propios sueños, o si caiga en desgracia por el Ad Honoren de las artes, no sé si mi talento sea suficiente para llevarme a tu nueva tierra y que sientas orgullo al escuchar mi nombre, o si finalmente sea el periodismo mi camino que sabes que no me gusta, pero no lo siento así, no me veo así, creo en mi talento para hacer teatro, sea como actriz, escritora o tal vez una histérica directora, me estoy dejando llevar por el río, pocas veces le tuve miedo a la fuerza del río Caroní, mucho menos le tendré miedo al Güaire, ni en el peor torrencial.

Dime, ¿Alguna vez tuviste fe en ti mismo?
Yo, la que lleva un pedacito de ti

viernes, 16 de julio de 2010

El cine venezolano del siglo XXI ¿Hacia una identidad cultural?

Si algo debo afirmar es que soy una amante del arte atrevido, del arte que no se censura con la noción de belleza sobre estética. Me encantó la película “Macu, la mujer del policía”, la gran taquillera venezolana, con su barrio, su violencia, y es que la propuesta visual de la película tenía una especie de hechizo, tal vez un trabajo de santeros para lograr audiencia.

Fui una adicta a "Por Estas Calles”, con apenas 11 años, una telenovela que con la vulgaridad de sus personajes mostró esa idiosincrasia de lo que somos. No nací en un barrio, ni me tocó vivir allí, pero no lo creo necesario para entender que Venezuela es un gran barrio, y no en el sentido peyorativo, sino en su construcción como sociedad, un pueblo que se niega a perder esa intimidad del compadrazgo, donde los tragos y la rumba es el cóctel que produce los lazos.

Hemos llegado a la primera década del siglo XXI, y somos testigos de lo que definen como la muerte de la telenovela venezolana. Hace tres décadas éramos el imperio productor y comercial de estos enlatados, donde se buscaba reproducir la identidad cultural latinoamericana. Se habla de la muerte de los actores, del desespero de algunos por usar el teatro como plataforma para mantenerse vivos y activos, unos despotrican del teatro comercial, otros son neutrales al respecto. Sale RCTV del aire, obviamente deja de producir telenovelas, y Venevisión al verse sin competencia baja la producción de dramáticos. Paralelo a este fenómeno, antes que cesara la señal del canal de Quinta Crespo, el público venezolano observó con buenos ojos la creación de la Villa del Cine por parte del gobierno. Desde esta villa han salido buenas producciones que a más de uno hace soñar sobre la posibilidad de un cine venezolano robustecido y constante.

El pasado 05 de julio fui a ver la película venezolana “Hermano” del cineasta venezolano Marcel Rasquin, quien con esta producción busca abrirse cancha en esta materia desde esta tierra del caribe. En las diferentes entrevistas que le han hecho afirma que, al igual que los protagonistas que soñaban con hacer fútbol en un país dominado por el béisbol, para él el cine representa una especie de tabla de surf donde quiere viajar para ganarle a las olas que se levantan en el mar. Si hablamos de la película sólo me corresponde decir: Vayan a verla, vean el cine venezolano.

Mi amigo que me acompañó me decía, “¿pero por qué carajo siempre el barrio, la pobreza, los malandros?”. A esto sólo tengo otra pregunta: ¿Qué es lo primero que ves cuando llegas a Caracas?

Claro, Caracas no es Venezuela, y es importante aclararlo, pero, ¿Qué es Venezuela actualmente?, me atrevo a decir que casi un 90% de pobreza. ¿Y si cuando llegabas a Caracas no veías los barrios?, pues ahora se hacen notar más porque están coloridos, mejor que un pesebre navideño, con manitos de pintura que ayudan a brindar la sensación que el ranchito no está tan feo. Hasta en los edificios de los que se denominan clase media hay malandros. ¿Cómo pasar por alto esta realidad donde la pobreza saca el lado animal del ser humano?

Eso fue “Hermano”, lo vi, lo sentí, y es que los barrios se configuran en la parte más alta de Caracas como para decir “Aquí estamos los pobres, existimos”, burlando toda estadística proveniente del Edén.

Así como vi con alegría una buena construcción de historia en “Hermano”, veo con mucha más alegría que este año el cine venezolano traiga un buen repertorio, con producciones de Fina Torres, Eduardo Barberena y Luis Alberto Lamata. Cuando salí del cine, ese 5 de julio, no sé por qué llegó a mi cabeza loca la conjetura de que tras la muerte de la telenovela venezolana sea entonces la cinematografía nacional la que dibuje la identidad cultural.

Luego leí el pasado martes 13 de julio, y aunque suene pavoso la fecha fue una noticia excelente para mí, sobre la alianza entre los canales de televisión Televen y RCTV, donde la primera transmitirá las producciones de la segunda incluyendo programas como “Radio Rochela”, “Quien quiere ser millonario” y las telenovelas. Veamos qué resulta de esta alianza, aunque desde ya para mí tiene todo el aire positivo, una luz para los artistas productores y para los soñadores de los culebrones.

Bueno, una siempre intenta dárselas de Nostradamus prediciendo ciertos hechos. Veamos qué tanta cualidad tenga como pitonisa con respecto a esto de la identidad cultural a partir del cine venezolano. Tal vez sea un disparate de mis neuronas y no cambie nada.

lunes, 12 de julio de 2010

¡Gracias Sarah Kane!


Una vez paseaba por Sábana Grande con el primo de mi mamá, Leoner Ramos, que es educador y escritor, alguien que tuvo la dicha de vivir de cerca los bellos años del teatro venezolano como estudiante de actuación. De seguro para él es un hecho doloroso observar a viejos compañeros de las tablas convertidos en indigentes.

Para nosotros, quienes nos consideramos seres normales, claro, si defecas decentemente en el inodoro de tu casa y fornicas escondido entre cuatro paredes puedes considerarte normal. El punto es que cuando salíamos del City Market, al toparnos con el bulevar de Sábana Grande, no caminamos más de un metro cuando el primo de mi mamá saludó a un indigente, quien resultó ser un viejo compañero suyo del teatro. Esto ocurrió a los pocos meses de llegar a Caracas.

Lo que me marcó de este encuentro no fue precisamente la cara de consternado del primo, sino la lucidez, en el subtexto, del discurso de ese indigente que en su buena época actuaba de actor. La redundancia es a propósito.

Primero se lanzó un papel de trovador de la edad media a contar cómo la vida está llena de engaños. Nos relató la historia de una monarca española que para no perder el trono se casó con un homosexual, pero el meollo del engaño fue la infidelidad que cometió esta monarca con tal de darle hijos al rey homosexual y evitar las habladurías en esas tierras. Parecía que estaba presentando su mejor monólogo, a veces no lo veía como un indigente sino a un actor haciendo el rol de indigente. Esta imagen se fundió en mi cerebro porque cerró con la siguiente frase: “Por eso me vine para este lado, y ustedes siguen allá desde el otro lado”. No sé por qué me quedé con esas palabras, ni por qué no logro arrancarlas de mi mente, están tan incrustadas en mi inconciente como la imagen del libro en excelente estado que sostenía en su brazo, quizás porque mi vida está, o estuvo, plagada de engaños. Nos dejamos engañar y creemos sobrevivir engañando a otros. Es como si ese hombre, que parece haber perdido su amor propio, se convierte de pronto en tu maestro para enseñarte que tu valía es inferior a una molécula frente a la lucidez de él.

Tal vez la imagen logró penetrar porque siempre había criticado la obsesión de los escritores y actores de teatro por este tipo de personajes, pero al verlo entendí la razón de esa monomanía teatral.

Para completar este cuadro monomaniático, en estos días mi amigo Daniel Arzola me escribe para solicitarme que lea un texto de teatro, en el cual le gustaría actuar. Le dije que me lo enviara a mi correo, y efectivamente lo hizo. Se trataba de “4:48 Psicosis” de la dramaturga inglesa Sarah Kane. Antes de leer el texto me puse a investigar en san google, valga la publicidad, es que lo admito, tengo cada maña, y siento la necesidad imperiosa de investigar sobre un texto antes de leerlo. Debo confesar que con lo que me topé no fue agradable, y desde mi prejuicio dudé de la calidad del libreto al descubrir que fue escrito por Kane horas antes de suicidarse. Sencillamente terminó el escrito y tomó las cuerdas de su zapato para quitarse la vida, un acto que está tildado de cobardía por unos y de valiente por otros.

Pero superando el meollo de la valentía o cobardía de Sarah Kane, yo temía encontrarme con una especie de palabras vacías en la necesidad imperiosa de desahogo de una persona atormentada, una especie de container literario. A veces peco de sincera, pero en un exceso que no es normal, y esta primera impresión se la hice saber a mi amigo.

Me tomé todo el tiempo que fue necesario para leer 4:48 Psicosis. Es un monólogo de una chica, enferma mental, que busca huir de su realidad, de la inconformidad con los doctores y hasta con sus seres queridos, el desasosiego que siente ante la humanidad y el vacío emocional que padece, en efecto es un cuadro autobiográfico de Sarah Kane. Lo que me encontré fue la mezcla de textos, si se pueden decir uniformes, con ráfagas de versos que parecen puestos para darles un trazo claro al escrito.

Cada elemento que menciona, y los personajes que salen de su mente, no son literales. Lo que describe da un paso más adelante de lo predecible, te sube a un arco iris para luego dejarte llevar por Hades. Lo más recurrente dentro del texto es un amor que ya no volverá, y el sentimiento de culpa de la enferma. Y entre tantas palabras, tantos sentimientos encontrados, tantas alegrías y decepciones mezcladas, dentro de este libreto hay una parte que me robó la mirada:

(Silencio.)
¿Crees que es posible que una persona nazca en el cuerpo equivocado?
(Silencio.)
¿Crees que es posible que una persona nazca en la época equivocada?

Mientras más lo leía más quería seguir devorando esas ráfagas. Se repitió en mí la misma sensación que viví con el indigente lúcido, quería seguir, explorar, deseaba que esas letras se extendieran y nunca se acabaran. Es un texto donde se demuestra que los más locos son precisamente lo que están más cuerdos sobre el mundo donde habitamos, un mundo donde transitamos de forma rutinaria sin meditar la razón de cada paso.

Si nos vamos al lado pragmático alguien me diría que se trata de un cuadro bipolar, donde no era muy difícil pronosticar el final, que los maniacos depresivos siempre buscan un pretexto para sus actos. Cierto, muy cierto. Pero la mortificación de este personaje, o mejor dijo, las mortificaciones de Sarah reflejadas en el personaje superan una melosa sensibilidad y una métrica de literata bien formada. Es la inconformidad de un ser humano decepcionado del entorno donde le tocó vivir. De seguro me dirían que es una visión muy pesimista, pero aprendí que el pesimismo realista presenta un cuadro más optimista cuando se tiene claro el panorama sin ningún aditivo.

Gracias Sarah Kane, pero me hubiese gustado que siguieras viva, creo que eso sería un hecho más útil a las letras, al teatro y a la humanidad. Hasta en estas palabras que parecen un regaño hay una ráfaga de cariño casi maternal. Vaya para ti chicuela mi respeto y admiración a partir de este momento.

lunes, 28 de junio de 2010

Se buscan los restos de Cabrujas


Por favor, se buscan los restos de José Ignacio Cabrujas. En este aparataje de escritos y libros que se hunden en las calles venezolanas, espero que algún librero tenga compasión de esta venezolana y me haga llegar los restos de Cabrujas, porque sólo el papel con manchas negras puede sostener el peso de la mente de ese venezolano, cuya alma tenía un sabor superior a la reina pepiada.

Esto que solicito es más que una imploración. Ahora que indago en las artes escénicas me hallo con unas tablas vacías, llenas del polvo de una memoria añeja. Es inaudito que la muerte de un ser humano supere a sus palabras. Sólo recuerdo al Cabrujas de sus telenovelas, la verborrea de sus personajes llevados a la pantalla chica, pero quiero conocer a ese Cabrujas del teatro, al dramaturgo, al intelectual, al amante del sarcasmo.

Puede que salte un Platón y me indique que las artes se clasifican en dos, en las artes bellas y las artes útiles. Puede que salga un crítico de teatro, con casi 40 años de experiencia en su oficio, y hable sobre lo que estuvo bien hecho o mal hecho en un montaje. Pero por favor, no hagan llorar a Cabrujas, un poco de respeto a su memoria.

Cuando se está en este medio, la posición más idónea tanto de los profesores, rectores y académicos de las artes debería ser "laissez faire, laissez passer". Dejen que los muchachos hagan, experimenten, inventen, monten, desmonten, pero sólo bajo el criterio de ellos. Las artes son tan subjetivas como el amor.

Si de lo “Profundo” emergía una bandera, un sable, un muñeco y un barril eso no lo vi, ¿dónde está la idea comunicativa del dramaturgo?, me imagino que dentro de la calavera y la cloaca.

Más adelante escucho al insigne actor venezolano Rafael Briceño gritando “tablosky”. Dame tabla, dame escena, y más tabla, sólo así se construyen los mejores actores, constancia y pasión, el talento es un añadido. Desde el precario conocimiento que tengo del teatro sólo quiero ver a los muchachos hacer, hacer, y hacer.

Creo que inmolaron la creatividad de Cabrujas en este siglo XXI, se produjo una tala con la cual no contaba el dramaturgo cuando escribió sus obras. Sigo buscando lo “Profundo”, la esencia de la dramaturgia cabrujiana. Textos por favor.

PD: la foto que publico es de la protesta que hicieron los actores, estudiantes, cuando le cancelaron la obra, protesta a la cual se le unieron un grupo de estudiantes del Unearte, hasta que finalmente lograron que la obra fuera presentada. Gracias a María Cristina Martínez por la foto.

miércoles, 9 de junio de 2010

¿Me río Ionesco?


Cuando los griegos crearon la tragedia en el teatro al poco tiempo surgió la comedia que se burlaba del drama de esos personajes. Pasaron muchos, muchos, muchos años para que en la escena surgiera el teatro del absurdo que ha sido llevado como comedia. Esta tendencia nació en el siglo XX de la mano de Eugene Ionesco, esto como una forma de romper con el molde del teatro de comedia que rayaba en lo ridículo y de sobreactuación.

Ahora, si me preguntan sobre la comedia hecha por los griegos sólo puedo decir que tengo como tarea investigar el asunto. Lo que me inquieta, y me lleva a escribir esto, es el concepto de comedia que se tiene en el teatro, y un poco el problema del humor venezolano.

Comienzo este capullito de reflexión con la siguiente cita:

“Cuando… iba al teatro, era para acompañar a alguien o porque no había podido rehusar una invitación, porque estaba obligado.

No sentía ningún placer; no participaba. El juego de los comediantes me fastidiaba, ellos me fastidiaban. Las situaciones me parecían arbitrarias. Había algo de falso a mi parecer, en todo eso.” (Ionesco, 1966)

Bien Ionesco, sólo puedo decir un gran… gran… bravo… en serio… un gran ¡Bravo!, de verdad quisiera tener una pócima que te sacara del sepulcro, llevarte a un café, te ofrecería un brandy con kalua, pero como buen francés de seguro preferirías un té. El meollo del asunto es que aunque me ría con tus obras de verdad siento que quedo con un hueco en el cerebro, quisiera creer que efectivamente es que me dejas pensando. No te sientas mal, lo mismo siento con el resto de las comedias que veo en teatro, si, es que ahora que me encuentro indagando sobre las artes escénicas, me voy perfilando, y me siento contrariada al no entender lo que querías comunicar con tus obras, he allí la razón por la cual quisiera compartir un café contigo.

Primero, mientras estudié en la universidad no se hablaba de otra obra magistral que no fuera “la cantante calva”, la cual, lo admito, recibió unas cuantas pisoteadas por parte de estudiantes de comunicación social que desconocían en absoluto el proceso creativo del actor, pido disculpas por ello. Llego a Caracas y veo el montaje por un grupo profesional finalmente, y digo, “vaya, tremendo, me hizo reír, pero caramba, ¿qué quiso decir Ionesco?”

No creas que escribo para hacerte sentir mal, no, en verdad lo hago porque me preocupa mi capacidad de razonamiento, tanta gente que te alaba y yo me quedo “…”, sí, me quedo con tres puntos suspensivos en la cabeza. Luego me enteré de otro grupo que presentaba tu obra “El porvenir está en los huevos”. Vaya que llegué a pensar que tuviste aires izquierdistas al criticar la obsesión por la producción, pero fue más allá de eso, la obra comenzó con un bello canto de la actriz, y una primera escena con un nivel de absurdo que me compró por un instante, luego, ese bendito luego… ese transcurrir… después… claro… luego… tampoco entendí.

Este domingo fui a ver “Buitres” de Paul Williams. Buenos actores, una historia que tenía ganchos. Claro Ionesco, no se puede comparar contigo. Las risas del público parecía que querían tener la potencia de una pita en el Estadio Universitario, en un juego Caracas – Magallanes. Conchale, todo en la obra iba a bien, aunque no lo creas, todo parecía verosímil, hasta que el final me pareció absurdo. Creo que tuviste cierta influencia en el autor.

Ahora, si me preguntas de la necesidad del humor, y lo que considero que es el problema en Venezuela, sólo te puedo responder algo: Detesto ese chiste que resulta una grosería para el alma cuando evade su propia realidad y devuelve a la persona a su estado infantil. Cita de Karla Pravia, y espero que estas palabras no se me regresen algún día como plomo de bayoneta, así como tu cita me parece una ironía en este momento porque es precisamente lo que siento con tus obras, tal vez escriba teatro para no ver el teatro que escribiste.

Ionesco, después de esta confesión te pregunto, ¿me río?

lunes, 31 de mayo de 2010

A veces también me canso

A veces también me canso de los libros. Se me cansa la vista, el corazón, el cuerpo entero. Son muchas las veces que volteo hacia la pila de libros que guardo en mi pequeño cuarto, y me pregunto ¿para qué?

Al verlos apilados pareciera que estuviera en presencia de un chip en formato viejo contra el Alzheimer, o que tomaran la forma de un ser humano de carácter burlesco, que me mirara y dijera para sus adentros “esta guevona cree que va a cambiar el mundo con leernos”.

Parece que mi mundo se vuelve cada vez anormal, como rodeada por un espacio de luz que no existe. Pero ahí está “Rayuela” gritándome cada noche que la lea, allí yace en mi mesa “Lineamientos de filosofía”, de Massimo Desiato, recordándome mi lentitud visual con esto de la filosofía. Son luces que quieren vivir dentro de mí, y quizá un resquicio de amor sale de mi deseando ser luz para otros, y vale preguntarse ¿para cuáles otros?, el panadero, el limpia botas, el heladero, el pregonero, y cuando caigo en conciencia de mi utopía entonces se me cansa la vista y miro con hastío los libros.

El bendito egocentrismo intelectual es peor que un ántrax puesto en tu regalo de cumpleaño, lo juro, y es que cuando se siente su llegada parece seducir a su alrededor, hasta que su color produce desconfianza entre quienes lo observan.

Olvídense, ni yo, ni ningún intelectual va a cambiar el mundo. La humanidad seguirá trajinando entre sus ciclos de equilibrio y caos. Tal vez mañana la gente escuche vallenatos inspirados en poemas de Andrés Eloy Blanco, o quizá ocurra que la obra teatral exitosa en toda Latinoamérica tenga reggeatton como fondo musical, tal vez esa vaina de la reencarnación sea cierto y me vea en el futuro cual chamita con mis lentes oscuros, cuerpo de Venus, y pañoleta en la cabeza paseando con un chico malo sobre una Harley Davidson.

Como quisiera que mis intereses trajinaran en otras aguas, pero definitivamente no me tocó el camino más fácil, ni el más divino. Haré de esta vaina de la lectura algo muy egoísta, sólo para mí y por mí, y los demás que busquen su mejor jabón. No señores, no pierdan el tiempo leyendo, no van a ser mejores personas ni van a hacer de su seres queridos gente ilustre de la humanidad, ni leyendo libros sobre marketing van a ser mejores gerentes, ni leyendo vainas de psicología van a ser mejores padres, olvídense de eso, la vida es una sala de teatro que cada día exhibe “ensayo y error”.

Lo que pasa es que el intelecto no entra con hambre, porque el grito de la panza es más fuerte que los cornetazos de un camión de carga en plena carretera.

Por qué The Revenant no fue para el público venezolano

The Revenant comienza con hermosos paneos del paisaje frío e inhóspito donde se desarrolla la historia del film. Ahí está la chica en su ...