Desde hace tiempo que vengo indagando sobre el
surrealismo, especialmente en la persona de Salvador Dalí, quien visual e
históricamente es quien representa esta forma de arte. Pero dentro del
surrealismo había muchos hombres que desde sus especialidades artísticas
contribuyeron, como es el caso de Luis Buñuel desde el cine.
Encontrarme con el libro autobiográfico de Luis
Buñuel, “Mi último suspiro”, fue más que emocionante. Hay aspectos de la vida
de este hombre, del surrealismo, y de la España conflictuada en la guerra civil
que uno ni se imaginaría.
Da la impresión que hablar del surrealismo es como
una especie de subgrupo social de un interés artístico particular, y así fue,
con la venia o no de la mayoría de sus integrantes.
Quién diría que en la segunda década del siglo XX se
conocerían en una residencia de estudiantes tres jóvenes españoles que
simplemente soñaban con el arte, hacían arte, y sudaban arte. Se trataba de
Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel. Quién se imaginaría que ese
grupo sería trascendente para la historia de España y el mundo, que esa tierra
que entraba en guerra civil estaba pariendo tres grandes cabezas. Y las parió.
Posteriormente fueron Dalí y Buñuel los que
compartieron con el grupo surrealista en Francia, con André Breton a la cabeza.
Vale recordar que Federico García Lorca fue fusilado muy joven antes de poder
ver los grandes logros de sus amigos. Sin embargo, por cosas del egocentrismo
que se da en el mundillo artístico serían muchísimos los impases este entre
grupo y el insigne Dalí, inclusive Buñuel tuvo sus discusiones con él, pero eso
no le quitaba el título de ser su amigo, tal vez por eso el cineasta lo toleró
mucho.
“Mi último suspiro” es la revisión de los ideales de
unos hombres de una época, de la pasión por defender en lo que se creía, esa
búsqueda que tenía el ser humano de responderse muchas inquietudes alejados de
los dogmas cristianos. A la luz de hoy puede verse como un idealismo de niños
que jugaban a ser grandes, una especie de adolescentes revoltosos que buscaban
llamar la atención, pero no, la intención del surrealismo era generar un sentido
crítico de la humanidad, y no se equivocaron, o eso creo todavía.
Buñuel no sólo tuvo que batallar contra la crítica,
es lo de menos, siempre habrá la crítica, y aquellos que no entienden el arte
de vanguardia, sino que lo más difícil fue hacer cine fuera de su patria con
escasos recursos. El gran Buñuel, el director de “Un perro andaluz” y “La edad
de oro”, era un incomprendido por la crítica estadounidense. Si eso fuera poco,
ese ímpetu artístico lo mezcló con el amor por su patria al participar como
colaborador del embajador de la república española en Francia para conseguir
armas o implementos que fueran necesarios para los rebeldes españoles.
Con apenas 29 años Buñuel había hecho su primer
corto “Un perro andaluz”, ¿y qué he hecho yo a mis 32?, mejor ni lo pienso.
Claro, es que él descendía de una familia pudiente, pero tampoco es que la cosa
fue de maravilla para él. Vaya que la vida no es fácil, así vengas de una
familia con buena base económica. Hacer cine en una época donde todavía este
arte era mirado con recelo hay que verle la cara.
Buñuel publicó este libro en 1982, un año antes de
morir. Y puedo asegurar que pese a sus inquietudes y miedos como cualquier ser
mortal, se murió en paz y realizado. No cualquiera puede recordar en su lecho
de muerte que tuvo una cena espectacular en Estados Unidos al lado de grandes
cineastas como John Ford o Alfred Hitchcock, que tuvo como mentor por unos
meses a Charlie Chaplin, y que pudo compartir una conversación con el cineasta
que más admiraba que se trataba de Fritz Lang.
Espero poder decir en mi lecho de muerte que cené
con Pedro Almodovar, Emir Kusturica y David Lynch.
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