El hombre tiene
dos caminos para actuar: nada junto al destino, o mueve con fuerza sus brazos y
piernas para sobreponerse a él. La coyuntura de los contextos culturales y
sociales no debería limitar los sueños y oportunidades de cada uno de los seres
humanos que compartimos este planeta, o una porción de tierra llamada nación.
Lamentablemente
en América, específicamente Latinoamérica, la imagen vendida dentro y fuera es
de pobreza. Imagen que se refuerza desde los medios de comunicación masivos, la
industria cultural como el cine, se instala el uso de marcas como formas de
distinguir las clases sociales, patrones culturales más de masas que de
identidad propia de los pueblos.
En ese espacio,
el hombre honestamente no toma un respiro, momentos de soledad, para meditar y
reflexionar sobre su rol. Es meramente un títere del destino, títere de los
juegos de los políticos y títere del poder económico, se siente obligado a
consumir para sentirse parte de cierto grupo social.
El problema de
la discriminación es tanto su factor interno como externo, pues su efecto desde
el exterior es nocivo, pero más pernicioso es cuando se instala en el interior
del individuo, cuando le da cabida a percepciones erradas sobre su persona,
cuando desconoce de su verdadero ser, por eso es tan importante y vigente las
palabras del Oráculo de Delfos que vio Sócrates “Conócete a ti mismo”.
¿Te dicen
niche?, ¿te consideras un niche?, ¿te consideras un sifrino?, ¿crees que eres
un resentido?, ¿te consideras alguien de mal gusto?, ¿te han dicho tuky?, y así
podría sacar una serie de adjetivos que parecen divertidos pero demuestran
nuestro lado prejuicioso e intolerante.
Es comprensible,
tal como explica Maslow, que una de las necesidades del ser humano es el
sentido de pertenencia, estar en un grupo social y ser aceptado allí, es en esa
situación donde fortalece su autoestima, su amor propio, por ende en sentido
contrario sería una persona con el autoestima tambaleante, y eso explica el
hecho de buscar perennemente pertenecer a un grupo o subgrupo social, y a
partir de ahí definir o fortalecer el patrón de su personalidad.
Ok. Toda esta
cháchara para contar lo que me pasó recientemente. Discutiendo en la oficina el
asunto político y social que vive en la actualidad en el país previo y después de las elecciones, mis
conclusiones, bien personales y tajantes, es que más allá del asunto económico,
hay un aspecto cultural y emocional enraizado, ya sea de manera positiva o
negativa, según como se vea.
Yo explicaba que
muchos políticos se valen de la pobreza para manipular al electorado. Pobreza
que no es sólo económica sino cultural, el desconocer la historia, los hechos
previos, para no tropezar con la misma piedra, así de simple, sin embargo, ese
mismo pueblo, vanagloriado y a la vez burlado, al desconocer su historia es
víctima de recaer.
Creo con firmeza
y pasión que para destronar la pobreza cultural uno de los mecanismos
importantes e indiscutibles es incentivar en el pueblo el hábito de la lectura.
No obstante, aprendí que tanto al poder económico como político no le interesa
que el pueblo sea culto, que lea, que no sea un títere por su ignorancia.
Entonces la responsabilidad queda en manos de cada quien.
Luego de la discusión
la respuesta fue: “Nadie está obligado a
leer como tú Karla, no me puedes obligar a crear un hábito de lectura que no
tengo, esa eres tú que te gusta”. Y recapacitando esta respuesta caigo en
locha que sin duda soy una extraña en mi país, un bicho raro, una extranjera en
mi patria, y sé que como yo muchos tienen la misma sensación. Que hasta la
ignorancia es una elección de vida.
Me podrán decir
sedentaria. En realidad no soy amante de las actividades deportivas. Y no me
voy a justificar, que si el costo de los gimnasios, que si la inseguridad en la
calle. Siempre he sido promotora de la frase “Querer es poder”, así que debo ser congruente con mi discurso.
Pero sin duda, más daño le hace al país un pueblo ignorante que un pueblo
sedentario. Los ciudadanos son los que hacen en su conglomerado y mayoría el
destino de una nación.
De mi madre
aprendí que si no yo hacía nada por mi destino más nadie lo iba a hacer. Ella
no sólo sembró en mí la semilla del hábito de la lectura sino que formó en mí
un sistema de superación a pesar de la circunstancias. Mi conclusión es que
cada quien es responsable de su destino, de lo que conoce y desconoce, de sus
éxitos y fracasos, de sus alegrías y tristeza, del charco sobre el que camina o
las flores que acompañan su camino. Yo seguiré trabajando por lograr mis
sueños, burlando los obstáculos, desarrollándome en lo intelectual y emocional,
y diré como el chapulín ¡Síganme los buenos!
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