Voy a empezar hacer unos post para recomendar unas películas que deben ser vistas en familia, o seudo familias, no importa cómo sea la tuya, pero véanlas acompañados de sus seres más queridos y entonces entenderán que el arte también difunde luces.
La trama es así: Rufino queda viudo y decide dejar Caracas para regresar a su pueblo de San Pedro, un pueblo donde el sabor negroide se mezcla con el culto a la Virgen del Valle en medio de un majestuoso paisaje que regala el mar. Regresa a la casa de su amigo Gaspar, y se da cuenta que este último está cuidando una niña huérfana que está en proceso de adopción por parte de una profesora. Ambos, Gaspar y Rufino, desde jóvenes se dedicaban a la pintura y era lo que los unía.
La convivencia se torna difícil para Rufino, ya que no es del agrado de la niña y esta hace todo lo posible para hacerlo sentir mal en la casa, mientras tanto él soporta esperando a que le sea restaurada su vieja vivienda del pueblo. En medio de ese escenario la niña tiene la misión de entregar un cuadro de su autoría al colegio para ganar un concurso. Ella cuenta con Gaspar para cumplir con esa tarea sin imaginar que dependerá de Rufino para lograrlo. Y lo más importante, que la película rescata lo importante del valor de la familia, esto planteado a través de la pintura como marco que va acompañando a la historia. No digo más porque sino quito el encanto.
Sinceramente desconozco de cuántas semanas lleva esta película en cartelera, pero me encuentro que a estas alturas sólo se está presentando en tres salas en Caracas, cosa que me resulta lamentable. En el cine de El Paraíso, en Galería Avila, y en el cine del Unicentro El Marqués.
A todas estas el planteamiento cinematográfico de la película cae por detalles en el manejo del sonido y de la iluminación. Sin embargo la fotografía y el acompañamiento musical, junto con las excelentes actuaciones, y el show que se roba la niña Yucemar Morales, significan un refrescamiento del cine nacional.
En más de una oportunidad me provocó estar en esa playa, con aquella incandescente luz del sol que mostraba la película.
Hay una escena que me dejó sin aliento, y para los que aman la buena fotografía sé que también lo apreciaron así, cuando Rufino sentado en una parada de buses descubre en su bolso la pintura ingenua que había hecho la niña. La cámara hace un paneo en circular, que en conjunto con la expresión del actor es mucho lo que transmite.
El cine venezolano está evolucionando.
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