En este momento
de mi vida recuerdo la novela de Víctor Hugo. Y es que en circunstancias tan
fuertes, de ruptura social, donde los esquemas se resquebrajan y la tierra de
un país parece de cartón, todos los que habitan ese panorama de locura se
vuelven miserables, poco o mucho, pero inevitablemente salpicados.
El dolor de un
hombre como Jean Valjean, sumergido en la pobreza y arrastrado a robar un pan,
una mujer con espinas en su alma como Fantine, y la crueldad de la mirada
injusta reflejada en el policía Javert, quien debe ceder el rigor de sus
opiniones y darse cuenta que el ser humano es más complejo de lo que él
consideraba de acuerdo a sus valores sociales.
Tan vigente esta
novela aún. La siento viviendo en cada calle de este país, en cada mirada que
bota rabia, en cada tropiezo del ciudadano y en cada mentira que se deja colar
en la atmósfera.
Todos los que
andamos en estas calles atestadas de frustraciones perdimos el valor. Somos
miserables por discriminar, por juzgar, por la envidia, por el resentimiento,
por el odio, por la incomprensión, por los miedos que quedaron impregnados en
la piel.
Ahí veo a la
mujer demacrada y sin maquillaje con mirada de perro rabioso en el metro, veo
también al hombre miserable que llena su boca de un buen vino en un restaurante
costoso de la ciudad riéndose de la desgracia de los que pisoteó, veo la
prepotencia del motorizado cual cowboy del lejano oeste, en eso nos
convertimos, todos unos miserables. Si Francia sobrevivió a los miserables de
una época decadente de su historia, nosotros también sobreviviremos.
Invito a todos
los artistas, sean de la especialidad que sea, a leer o recapitular las líneas
de una novela que trascendió los siglos, “Los Miserables”.
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