El bien más
apreciado por todo ser humano es la felicidad, son variados los caminos
dibujados hacia ella, y muchas veces se confunde el dinero como la llave para
obtenerla. En esta comedia dramática, producida y hecha en Noruega, de bajo
presupuesto, que significó el debut de la cineasta Anne Sewitsky, nos habla no
sólo de la atmósfera femenina y su cotidianidad, sino del encuentro de todo
individuo hacia su libertad y dignidad.
Esta película
está tan magistralmente manejada en su guión y actuaciones, que la fotografía y
la banda sonora se sienten como acompañamientos que no pesan al ritmo de la
historia.
Su nombre
original es “Sykt Lykkelig”, ya verán
ustedes si lo logran pronunciar, traducido al inglés como “Happy happy” y llevado al mercado hispano con el título de “Siempre feliz”. Estrenada en el 2010,
obtuvo el premio del jurado en el Festival de Sundance y premio como mejor
película en el Festival de Sevilla.
Tuve la
oportunidad de verla en el ciclo de cine noruego que realizó la Fundación Celarg ,
y al salir me quedó la sensación como que debía haber sido hecha por una mujer,
y no me equivoqué.
Dice así la
sinopsis: A pesar de su soledad y del distanciamiento de su marido, Kaja es un
ama de casa optimista y muy abierta. Elizabeth y Sigve, unos vecinos que acaban
de instalarse y que parecen el paradigma del matrimonio perfecto, la tienen
fascinada: son guapos, sofisticados, tienen un hijo adoptivo negro y cantan en
un coro. (Por Filmafftinity)
Lo que pudo
haberse planteado en una narrativa predecible soltó en varias oportunidades las
carcajadas de los presentes en la sala. Fue una mirada casi inocente a la
intimidad de las parejas cuando entran en conflicto. Sin embargo, ese nudo
dejaba de ser tan inocente cuando tenía consecuencia en los hijos de ambas
parejas.
Es justamente en
el elemento de los infantes donde despliegan la genialidad y de la denuncia sutil,
tanto la cineasta Anne Sewitsky como la guionista Ragnhild Tronvoll, y entregan
en este film la originalidad del mensaje que quieren llevar.
El niño blanco
jugando a que somete al niño negro, en paralelo uno de los padres es quien
somete a la esposa, todos ellos como sujetos que repiten un patrón que
consideran normal, y luego la ruptura de los prejuicios y los patrones como
formas de hallar la verdadera felicidad.
También resalta
el uso de la desnudez como símbolo de la libertad sexual para hallar la
felicidad, valga redundar en la palabra, donde el acto en sí no es por buscar
placer sino ese afecto que está deficiente en el interior del individuo. A la
cantidad de elementos sorpresivos, dentro de la historia, se une también el
final reivindicativo. Por todo ello vale la pena ver esta producción.
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