De mis primeros coqueteos con el arte lo que recuerdo de niña es esto:
La primera vez que entré a una sala de cine, no me acuerdo bien si fue a los cinco, seis o siete años, pero ahí más o menos, y me llevó mi tío Pedro. Recuerdo que mi primo Pedro Alejandro estaba pequeño.
Fuimos a ver “Enemigo Mío”. Había quedado tan impactada por la experiencia. No era igual que ver una película en la sala de la casa por medio de un televisor de no muchas pulgadas el monitor. Lo que recuerdo es que hasta llegué a creer que de verdad estaba en ese espacio inhóspito donde se encontraba el astronauta. Y lo más hermoso, me sorprendió el mensaje de amor y perdón de la película. Era como si estuviera viendo un cuento con moraleja donde los personajes eran adultos, no en comics, no en dibujos, eran formas nítidas como percibía yo la realidad. Lo que puedo decir hoy es que estoy muy agradecida con mi tío por haberme llevado al cine.
Según mi mamá yo la acompañé al cine ver “E.T.”, pero yo tenía un año así que no me acuerdo de eso ni tenía la suficiente conciencia, en conclusión no vale.
La primera vez que entré a una sala de teatro fue a ocho años. Fue en el Teatro Municipal de Valencia. Estaban presentando un nacimiento viviente. Un montaje que puede parecer nimio, pero aún conservo la marca. Era ver la fortaleza de los actores para proyectar la voz y entender perfectamente cada uno de los parlamentos; ¡hablaban y se escuchaban bien sin micrófonos! Qué fuerza la de estas personas pensaba yo. Era ver al ángel Gabriel que hablaba desde un balcón del gran teatro dando la anunciación, era escuchar a los actores que hacían de pastores hablando entre los pasillos del público, todos mis sentidos estaban activados y concentrados en la acción. ¡Sencillamente hermoso!
Después de ese viaje a Valencia recuerdo que mi mamá me inscribió en clases de pintura, ballet, teatro y marionetas, mi tutor en ese entonces fue Eddy Salazar, el gran titiritero de Guayana. Él daba clases en el Centro Cívico, apoyado por CVG Ferrominera. Siempre que de niña o más grande me venía su imagen, el fondo era colorido, igual que sus marionetas, siempre lo recuerdo con su voz retumbante y su risa de soñador.
Hoy cumplo 31 años, y aún recuerdo a “Enemigo Mío”, ese nacimiento viviente en Valencia, y a mi querido Eddy Salazar que sé que me acompaña y se ríe tiernamente de mis ideas.
La primera vez que entré a una sala de cine, no me acuerdo bien si fue a los cinco, seis o siete años, pero ahí más o menos, y me llevó mi tío Pedro. Recuerdo que mi primo Pedro Alejandro estaba pequeño.
Fuimos a ver “Enemigo Mío”. Había quedado tan impactada por la experiencia. No era igual que ver una película en la sala de la casa por medio de un televisor de no muchas pulgadas el monitor. Lo que recuerdo es que hasta llegué a creer que de verdad estaba en ese espacio inhóspito donde se encontraba el astronauta. Y lo más hermoso, me sorprendió el mensaje de amor y perdón de la película. Era como si estuviera viendo un cuento con moraleja donde los personajes eran adultos, no en comics, no en dibujos, eran formas nítidas como percibía yo la realidad. Lo que puedo decir hoy es que estoy muy agradecida con mi tío por haberme llevado al cine.
Según mi mamá yo la acompañé al cine ver “E.T.”, pero yo tenía un año así que no me acuerdo de eso ni tenía la suficiente conciencia, en conclusión no vale.
La primera vez que entré a una sala de teatro fue a ocho años. Fue en el Teatro Municipal de Valencia. Estaban presentando un nacimiento viviente. Un montaje que puede parecer nimio, pero aún conservo la marca. Era ver la fortaleza de los actores para proyectar la voz y entender perfectamente cada uno de los parlamentos; ¡hablaban y se escuchaban bien sin micrófonos! Qué fuerza la de estas personas pensaba yo. Era ver al ángel Gabriel que hablaba desde un balcón del gran teatro dando la anunciación, era escuchar a los actores que hacían de pastores hablando entre los pasillos del público, todos mis sentidos estaban activados y concentrados en la acción. ¡Sencillamente hermoso!
Después de ese viaje a Valencia recuerdo que mi mamá me inscribió en clases de pintura, ballet, teatro y marionetas, mi tutor en ese entonces fue Eddy Salazar, el gran titiritero de Guayana. Él daba clases en el Centro Cívico, apoyado por CVG Ferrominera. Siempre que de niña o más grande me venía su imagen, el fondo era colorido, igual que sus marionetas, siempre lo recuerdo con su voz retumbante y su risa de soñador.
Hoy cumplo 31 años, y aún recuerdo a “Enemigo Mío”, ese nacimiento viviente en Valencia, y a mi querido Eddy Salazar que sé que me acompaña y se ríe tiernamente de mis ideas.
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