La literatura no es sólo la técnica perfecta de la escritura. Para que un escrito pueda definirse como literatura debe tener vida. Aquí me voy inmediatamente al ejemplo más claro y reciente “Black Swan” (Cisne Negro), donde la bailarina protagonista debía superar su tecnicismo y aplicarle más pasión a su baile.
Para que el arte pueda ser arte debe tener una carga emotiva, la necesaria para llevar al espectador a la sensibilidad que desea el creador(a) o autor(a). No se trata de una creación bajo alienación, sino de conectar al espectador o lector con la interioridad de la obra.
Puedo poner ejemplos de excelentes escritos, pero los cuales carecen de vida propia, esa pasión que deben y necesitan vivir los personajes: “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, es el ejemplo que se me viene a la memoria enseguida, aunque parezca descabellado de mi parte este es mi planteamiento.
Asumo casi una postura Aristotélica, donde el objetivo de la tragedia debe suscitar emociones en el espectador tan fuertes al punto de llevarlo a un estado de catarsis, algo similar a la compasión que puede sentir por los personajes. Dicho planteamiento, me atrevo a afirmar, debería ser el alma y sentido del resto de los géneros, tanto de la comedia como de la tragicomedia.
Todo estos párrafos de introducción para explicar el sentido de mi defensa a favor de “Ifigenia” de Teresa de la Parra, la cual considero una excelsa obra de la literatura hispanoamericana para el mundo.
Se han creado cartillas donde parece inadmisible la voz de la mujer, etiquetando ciertas emociones de “rosadas”, “exageradas”, “niñerías”, “superfluas”, emociones que inevitablemente ocurre a ese grupo de la sociedad, y resulta que lo que interesa y preocupa al universo femenino no es el mismo conflicto que plantea el universo masculino, por lo cual, no se puede juzgar una obra a partir de las emociones que la hembra protagonista exponga como su conflicto.
Porque si vamos al caso, a mí no me interesa el punto de la virilidad masculina y su conflicto del auto-conocimiento más allá de la presión social que pueda sentir el hombre, entonces, si partimos del prejuicio que aún en esta década existe, es importante acotar que la mujer no entra en disyuntivas internas sobre su poder físico, o si tiene la posibilidad de adquirir una agilidad monstruosa para manejar un arma de fuego (a menos que se desempeñe como militar o policía), pero son aspectos que forman parte de la fantasía e intereses masculinos, y no de la mujer como ente actuante en la sociedad.
Si Gustave Flaubert logró un éxito al desarrollar un personaje femenino polémico y complejo como Madame Bovary, ¿por qué usar la palabra cursi cuando mujeres escriben novelas explayando historias de atmósferas muy femeninas y que se circunscribe a sus mundos?, ¿acaso sus congéneres no tienen derecho a conseguir en el mercado literario o artístico productos con los que pueda identificarse?
Veo en mi país a madres solteras insatisfechas por la irresponsabilidad masculina, veo el silencio canalla que aplaude los prejuicios, veo un mercado peligroso de embarazos precoces, y un país de política todavía hombruna, ¿acaso es innecesario hablar sobre eso?
Para que el arte pueda ser arte debe tener una carga emotiva, la necesaria para llevar al espectador a la sensibilidad que desea el creador(a) o autor(a). No se trata de una creación bajo alienación, sino de conectar al espectador o lector con la interioridad de la obra.
Puedo poner ejemplos de excelentes escritos, pero los cuales carecen de vida propia, esa pasión que deben y necesitan vivir los personajes: “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez, es el ejemplo que se me viene a la memoria enseguida, aunque parezca descabellado de mi parte este es mi planteamiento.
Asumo casi una postura Aristotélica, donde el objetivo de la tragedia debe suscitar emociones en el espectador tan fuertes al punto de llevarlo a un estado de catarsis, algo similar a la compasión que puede sentir por los personajes. Dicho planteamiento, me atrevo a afirmar, debería ser el alma y sentido del resto de los géneros, tanto de la comedia como de la tragicomedia.
Todo estos párrafos de introducción para explicar el sentido de mi defensa a favor de “Ifigenia” de Teresa de la Parra, la cual considero una excelsa obra de la literatura hispanoamericana para el mundo.
Se han creado cartillas donde parece inadmisible la voz de la mujer, etiquetando ciertas emociones de “rosadas”, “exageradas”, “niñerías”, “superfluas”, emociones que inevitablemente ocurre a ese grupo de la sociedad, y resulta que lo que interesa y preocupa al universo femenino no es el mismo conflicto que plantea el universo masculino, por lo cual, no se puede juzgar una obra a partir de las emociones que la hembra protagonista exponga como su conflicto.
Porque si vamos al caso, a mí no me interesa el punto de la virilidad masculina y su conflicto del auto-conocimiento más allá de la presión social que pueda sentir el hombre, entonces, si partimos del prejuicio que aún en esta década existe, es importante acotar que la mujer no entra en disyuntivas internas sobre su poder físico, o si tiene la posibilidad de adquirir una agilidad monstruosa para manejar un arma de fuego (a menos que se desempeñe como militar o policía), pero son aspectos que forman parte de la fantasía e intereses masculinos, y no de la mujer como ente actuante en la sociedad.
Si Gustave Flaubert logró un éxito al desarrollar un personaje femenino polémico y complejo como Madame Bovary, ¿por qué usar la palabra cursi cuando mujeres escriben novelas explayando historias de atmósferas muy femeninas y que se circunscribe a sus mundos?, ¿acaso sus congéneres no tienen derecho a conseguir en el mercado literario o artístico productos con los que pueda identificarse?
Veo en mi país a madres solteras insatisfechas por la irresponsabilidad masculina, veo el silencio canalla que aplaude los prejuicios, veo un mercado peligroso de embarazos precoces, y un país de política todavía hombruna, ¿acaso es innecesario hablar sobre eso?
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