Una vez paseaba por Sábana Grande con el primo de mi mamá, Leoner Ramos, que es educador y escritor, alguien que tuvo la dicha de vivir de cerca los bellos años del teatro venezolano como estudiante de actuación. De seguro para él es un hecho doloroso observar a viejos compañeros de las tablas convertidos en indigentes.
Para nosotros, quienes nos consideramos seres normales, claro, si defecas decentemente en el inodoro de tu casa y fornicas escondido entre cuatro paredes puedes considerarte normal. El punto es que cuando salíamos del City Market, al toparnos con el bulevar de Sábana Grande, no caminamos más de un metro cuando el primo de mi mamá saludó a un indigente, quien resultó ser un viejo compañero suyo del teatro. Esto ocurrió a los pocos meses de llegar a Caracas.
Lo que me marcó de este encuentro no fue precisamente la cara de consternado del primo, sino la lucidez, en el subtexto, del discurso de ese indigente que en su buena época actuaba de actor. La redundancia es a propósito.
Primero se lanzó un papel de trovador de la edad media a contar cómo la vida está llena de engaños. Nos relató la historia de una monarca española que para no perder el trono se casó con un homosexual, pero el meollo del engaño fue la infidelidad que cometió esta monarca con tal de darle hijos al rey homosexual y evitar las habladurías en esas tierras. Parecía que estaba presentando su mejor monólogo, a veces no lo veía como un indigente sino a un actor haciendo el rol de indigente. Esta imagen se fundió en mi cerebro porque cerró con la siguiente frase: “Por eso me vine para este lado, y ustedes siguen allá desde el otro lado”. No sé por qué me quedé con esas palabras, ni por qué no logro arrancarlas de mi mente, están tan incrustadas en mi inconciente como la imagen del libro en excelente estado que sostenía en su brazo, quizás porque mi vida está, o estuvo, plagada de engaños. Nos dejamos engañar y creemos sobrevivir engañando a otros. Es como si ese hombre, que parece haber perdido su amor propio, se convierte de pronto en tu maestro para enseñarte que tu valía es inferior a una molécula frente a la lucidez de él.
Tal vez la imagen logró penetrar porque siempre había criticado la obsesión de los escritores y actores de teatro por este tipo de personajes, pero al verlo entendí la razón de esa monomanía teatral.
Para completar este cuadro monomaniático, en estos días mi amigo Daniel Arzola me escribe para solicitarme que lea un texto de teatro, en el cual le gustaría actuar. Le dije que me lo enviara a mi correo, y efectivamente lo hizo. Se trataba de “4:48 Psicosis” de la dramaturga inglesa Sarah Kane. Antes de leer el texto me puse a investigar en san google, valga la publicidad, es que lo admito, tengo cada maña, y siento la necesidad imperiosa de investigar sobre un texto antes de leerlo. Debo confesar que con lo que me topé no fue agradable, y desde mi prejuicio dudé de la calidad del libreto al descubrir que fue escrito por Kane horas antes de suicidarse. Sencillamente terminó el escrito y tomó las cuerdas de su zapato para quitarse la vida, un acto que está tildado de cobardía por unos y de valiente por otros.
Pero superando el meollo de la valentía o cobardía de Sarah Kane, yo temía encontrarme con una especie de palabras vacías en la necesidad imperiosa de desahogo de una persona atormentada, una especie de container literario. A veces peco de sincera, pero en un exceso que no es normal, y esta primera impresión se la hice saber a mi amigo.
Me tomé todo el tiempo que fue necesario para leer 4:48 Psicosis. Es un monólogo de una chica, enferma mental, que busca huir de su realidad, de la inconformidad con los doctores y hasta con sus seres queridos, el desasosiego que siente ante la humanidad y el vacío emocional que padece, en efecto es un cuadro autobiográfico de Sarah Kane. Lo que me encontré fue la mezcla de textos, si se pueden decir uniformes, con ráfagas de versos que parecen puestos para darles un trazo claro al escrito.
Cada elemento que menciona, y los personajes que salen de su mente, no son literales. Lo que describe da un paso más adelante de lo predecible, te sube a un arco iris para luego dejarte llevar por Hades. Lo más recurrente dentro del texto es un amor que ya no volverá, y el sentimiento de culpa de la enferma. Y entre tantas palabras, tantos sentimientos encontrados, tantas alegrías y decepciones mezcladas, dentro de este libreto hay una parte que me robó la mirada:
Para nosotros, quienes nos consideramos seres normales, claro, si defecas decentemente en el inodoro de tu casa y fornicas escondido entre cuatro paredes puedes considerarte normal. El punto es que cuando salíamos del City Market, al toparnos con el bulevar de Sábana Grande, no caminamos más de un metro cuando el primo de mi mamá saludó a un indigente, quien resultó ser un viejo compañero suyo del teatro. Esto ocurrió a los pocos meses de llegar a Caracas.
Lo que me marcó de este encuentro no fue precisamente la cara de consternado del primo, sino la lucidez, en el subtexto, del discurso de ese indigente que en su buena época actuaba de actor. La redundancia es a propósito.
Primero se lanzó un papel de trovador de la edad media a contar cómo la vida está llena de engaños. Nos relató la historia de una monarca española que para no perder el trono se casó con un homosexual, pero el meollo del engaño fue la infidelidad que cometió esta monarca con tal de darle hijos al rey homosexual y evitar las habladurías en esas tierras. Parecía que estaba presentando su mejor monólogo, a veces no lo veía como un indigente sino a un actor haciendo el rol de indigente. Esta imagen se fundió en mi cerebro porque cerró con la siguiente frase: “Por eso me vine para este lado, y ustedes siguen allá desde el otro lado”. No sé por qué me quedé con esas palabras, ni por qué no logro arrancarlas de mi mente, están tan incrustadas en mi inconciente como la imagen del libro en excelente estado que sostenía en su brazo, quizás porque mi vida está, o estuvo, plagada de engaños. Nos dejamos engañar y creemos sobrevivir engañando a otros. Es como si ese hombre, que parece haber perdido su amor propio, se convierte de pronto en tu maestro para enseñarte que tu valía es inferior a una molécula frente a la lucidez de él.
Tal vez la imagen logró penetrar porque siempre había criticado la obsesión de los escritores y actores de teatro por este tipo de personajes, pero al verlo entendí la razón de esa monomanía teatral.
Para completar este cuadro monomaniático, en estos días mi amigo Daniel Arzola me escribe para solicitarme que lea un texto de teatro, en el cual le gustaría actuar. Le dije que me lo enviara a mi correo, y efectivamente lo hizo. Se trataba de “4:48 Psicosis” de la dramaturga inglesa Sarah Kane. Antes de leer el texto me puse a investigar en san google, valga la publicidad, es que lo admito, tengo cada maña, y siento la necesidad imperiosa de investigar sobre un texto antes de leerlo. Debo confesar que con lo que me topé no fue agradable, y desde mi prejuicio dudé de la calidad del libreto al descubrir que fue escrito por Kane horas antes de suicidarse. Sencillamente terminó el escrito y tomó las cuerdas de su zapato para quitarse la vida, un acto que está tildado de cobardía por unos y de valiente por otros.
Pero superando el meollo de la valentía o cobardía de Sarah Kane, yo temía encontrarme con una especie de palabras vacías en la necesidad imperiosa de desahogo de una persona atormentada, una especie de container literario. A veces peco de sincera, pero en un exceso que no es normal, y esta primera impresión se la hice saber a mi amigo.
Me tomé todo el tiempo que fue necesario para leer 4:48 Psicosis. Es un monólogo de una chica, enferma mental, que busca huir de su realidad, de la inconformidad con los doctores y hasta con sus seres queridos, el desasosiego que siente ante la humanidad y el vacío emocional que padece, en efecto es un cuadro autobiográfico de Sarah Kane. Lo que me encontré fue la mezcla de textos, si se pueden decir uniformes, con ráfagas de versos que parecen puestos para darles un trazo claro al escrito.
Cada elemento que menciona, y los personajes que salen de su mente, no son literales. Lo que describe da un paso más adelante de lo predecible, te sube a un arco iris para luego dejarte llevar por Hades. Lo más recurrente dentro del texto es un amor que ya no volverá, y el sentimiento de culpa de la enferma. Y entre tantas palabras, tantos sentimientos encontrados, tantas alegrías y decepciones mezcladas, dentro de este libreto hay una parte que me robó la mirada:
(Silencio.)
¿Crees que es posible que una persona nazca en el cuerpo equivocado?
(Silencio.)
¿Crees que es posible que una persona nazca en la época equivocada?
Mientras más lo leía más quería seguir devorando esas ráfagas. Se repitió en mí la misma sensación que viví con el indigente lúcido, quería seguir, explorar, deseaba que esas letras se extendieran y nunca se acabaran. Es un texto donde se demuestra que los más locos son precisamente lo que están más cuerdos sobre el mundo donde habitamos, un mundo donde transitamos de forma rutinaria sin meditar la razón de cada paso.
Si nos vamos al lado pragmático alguien me diría que se trata de un cuadro bipolar, donde no era muy difícil pronosticar el final, que los maniacos depresivos siempre buscan un pretexto para sus actos. Cierto, muy cierto. Pero la mortificación de este personaje, o mejor dijo, las mortificaciones de Sarah reflejadas en el personaje superan una melosa sensibilidad y una métrica de literata bien formada. Es la inconformidad de un ser humano decepcionado del entorno donde le tocó vivir. De seguro me dirían que es una visión muy pesimista, pero aprendí que el pesimismo realista presenta un cuadro más optimista cuando se tiene claro el panorama sin ningún aditivo.
Gracias Sarah Kane, pero me hubiese gustado que siguieras viva, creo que eso sería un hecho más útil a las letras, al teatro y a la humanidad. Hasta en estas palabras que parecen un regaño hay una ráfaga de cariño casi maternal. Vaya para ti chicuela mi respeto y admiración a partir de este momento.
Si nos vamos al lado pragmático alguien me diría que se trata de un cuadro bipolar, donde no era muy difícil pronosticar el final, que los maniacos depresivos siempre buscan un pretexto para sus actos. Cierto, muy cierto. Pero la mortificación de este personaje, o mejor dijo, las mortificaciones de Sarah reflejadas en el personaje superan una melosa sensibilidad y una métrica de literata bien formada. Es la inconformidad de un ser humano decepcionado del entorno donde le tocó vivir. De seguro me dirían que es una visión muy pesimista, pero aprendí que el pesimismo realista presenta un cuadro más optimista cuando se tiene claro el panorama sin ningún aditivo.
Gracias Sarah Kane, pero me hubiese gustado que siguieras viva, creo que eso sería un hecho más útil a las letras, al teatro y a la humanidad. Hasta en estas palabras que parecen un regaño hay una ráfaga de cariño casi maternal. Vaya para ti chicuela mi respeto y admiración a partir de este momento.
1 comentario:
interesante, interesante :D besos preciosa! te quiero como quieren los pajaritos de los árboles cercanos a mi mamá: con constante apego nutricional jajajajajaja BESOS!
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