The
Revenant comienza con hermosos paneos del paisaje frío e inhóspito donde se
desarrolla la historia del film. Ahí está la chica en su butaca del cine
comenzando a degustar de las clásicas cotufas, en paralelo a esos hombres que
se encontraban en una aparente quietud a la espera de algo.
El
súbito ataque de unos nativos rompe con la quietud del paisaje y de los hombres
blancos, para luego arrancar en un encuentro salvaje donde la cámara juega al
ritmo acelerado del momento. La chica abre la parapara de sus ojos ante la
sorpresa y crueldad del hecho.
Posteriormente
ocurre la memorable y tan mencionada escena del ataque del oso al personaje protagonista
encarnado por Leonardo DiCaprio, acto seguido ella aparta la mirada de la
pantalla frente a los momentos más fuertes, apenas puede percibir las heridas
profundas que ha sufrido el protagonista. El maquillaje resulta muy creíble, la
chica no percibe eso, simplemente la fiereza de la escena que rompe con la paz que
buscaba en el cine.
Luego el grandioso cineasta mexicano
Alejandro González Iñárritu regala planos generales donde se ve el sol
acariciando superficialmente ese bosque frío. ¿Es que acaso hay una belleza detrás
de toda la salvajada que resulta la vida a veces?
The Revenant no es una película para
el público venezolano, y menos en este momento. Hay que hablarlo claro, la
mayoría está padeciendo de estados de depresión, ya sean leves o intensos.
El público venezolano actualmente no
va a buscar un drama cuando su vida misma se ha convertido en un drama, ya sea
por la escasez de comida, de medicinas, porque tiene un familiar enfermo, el
sueldo no alcanza, la inflación, etc, por ende es difícil que pueda apreciar
completamente esta obra maestra cinematográfica.
En otra esquina una mujer se tapa la
cara. Más adelante unas señoras se salen de la sala de cine.
Tal vez no es el cuento, la historia,
sino el cómo se cuenta. Y aunque quedé fascinada con el lenguaje y el
atrevimiento cinematográfico de Iñárritu para hablar del coraje, esa
interpretación no cala en cualquiera.
El público venezolano
quiere es comedia, necesita comedia, necesita reír, y ahí está el reto para
todos los artistas venezolanos actuales, escritores, teatristas, cineastas. Por
décadas se ha menospreciado la comedia, pero recuerden que cuando los EEUU cayó
en la mayor crisis financiera a principios del siglo XX surgió un personaje
llamado Charlot, de la mano de Charles Chaplin, que le regaló horas de risas a
la vida del público estadounidense, sin dejar de contar sus historias con sus
moralejas incluidas. Se puede contar grandes historias, se pueden llevar
importantísimos mensajes, y tal vez la codificación del mismo no sea tan
traumática.