Creía que el teatro venezolano se había congelado en Isaac Chocrón, Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas. Claro, debo admitir que siento una admiración férrea por Cabrujas, y como me hubiese gustado conocerlo en vida y ser una discípula de él, sin embargo, así como dejé que mis raíces tomaran una mayor extensión, en la misma forma he buscado entender lo que ha surgido de las tablas venezolanas más allá de los tres nombres con el apodo de “la santísima trinidad”.
Cuando leí las obras de Chalbaud, debo acotar que he leído hasta el momento tres, no sentí identificación ni con las historias ni con la forma de escribir de él, seguí el camino hacia Chocrón el cual me cautivó desde un principio con sus planteamientos en una peculiar estructura dramatúrgica desde “Okey” hasta “La Revolución”, digamos que empezaba a sentir que había un caldo interesante en las letras venezolanas.
Tomando un camino más osado, hacia autores desconocidos, o digamos que no tan populares como esta “santísima trinidad”, me compré un compendio de tres obras de diferentes escritores venezolanos. Cuando llegué a Caracas lo leí, entre ellos mis ojos encontraron “Con los demonios adentro” de Ana Teresa Sosa, y me encantó tanto la historia de los indigentes que fue lo que me motivó a que posteriormente tomara un taller para guión de telenovela que ella misma dictó.
Me atrevo a decir que una arepa puede bailar en el escenario con mucha soltura, bien sazonada, llena de perico, repleta de carne mechada, o acompañada con una ensalada de gallina, pero así, full equipo, puede batirse mejor que un tango o un flamenco, menear la cadera más fuerte que una bellydancer, o hablar con más candor amatorio que un francés.
Ahora, con lo que he leído hasta el momento, no me queda duda del potencial que tienen ciertas neuronas criollas para hablar de lo que somos y hacia donde vamos. Pueden poner en sus escritos tanta intensidad que asemeje a una tragedia griega, como es el caso de “Bella a las once” de Jan Thomas Mora Rujano. O colocarle una corona al sarcasmo como lo hace la obra “Yo soy Carlos Marx” de Genny Pérez.
A lo mejor estos escritores que cito sólo han hecho una o dos buenas obras. Decir que un escritor es absolutamente bueno es más falacia que la felicidad de los alemanes del este antes de la caída del muro de Berlín, pero aquí quiero rescatar con lo que me he topado y me ha gustado.
Por cierto que en mi cuarto tengo un libro sobre las dramaturgas venezolanas, porque son unas cuantas, producto de la investigación de una Licenciada en Comunicación Social que se puso a estudiar teatro en la escuela Juana Sujo. Me pregunto cuántos y cuántas pondrán a la reina pepiada batirse en escena. Sigo buscando en la dramaturgia venezolana.
PD: José Ignacio Cabrujas en foto.